* Esta sección puede tener spoilers *
–¿Qué pasa con ella?
–Un mal día. Simplemente un mal día.
–Pues no dejes que te lo amargue –dijo ella, encendiendo un cigarrillo. Fumaba exactamente uno al día–. Las mujeres están locas.
–No he matado a Amy.
Go guardó silencio.
–¿No me crees? –pregunté.
–Te quiero.
Porque para Amy el amor era como las drogas o el alcohol o el porno: no había techo. Cada dosis debía ser más intensa que la anterior para obtener el mismo resultado.
Y que satisfacción para ella saber que todavía es capaz de manipularme a su antojo. Incluso a distancia. Quiero decir, que estaba… Dios, prácticamente me estaba enamorando otra vez de ella.
–Los amigos ven la mayoría de sus defectos mutuos. Los matrimonios ven hasta el último espantoso detalle. Si fue capaz de arrojarse por unas escaleras para castigar a una amiga de un par de meses, ¿qué le podría llegar a hacer a un hombre lo suficientemente tonto para casarse con ella?
(En ocasiones utilizo el humor como autodefensa.)
–¿Cómo te llamas? –pregunté.
–¿Otro escocés?
–Un nombre precioso.
–Tienes que reconocer que eres un capullo y que todo fue culpa tuya.
–Lo que se supone que debemos hacer los hombres en general –dije.
–No, déjalo –digo–. Es algo que debo afrontar. Contigo. Contigo puedo hacerlo. –Pongo mi mano sobre la suya.
<<Ahora cierra la puta boca.>>
–Me limité a decir lo que querías oír.
–Lo sé. ¡Así de bien me conoces! –dijo Amy.
En cierto modo era romántico. Catastróficamente romántico.
–Solo porque dejaste de intentarlo –digo–. Eras perfecto para mí. Fuimos la pareja perfecta hasta que dejaste de esforzarte. ¿Por qué hacer algo así?
–Dejé de quererte.
No éramos nosotros mismos cuando nos enamoramos, y cuando pasamos a serlo… ¡Sorpresa! Fuimos veneno. Nos complementamos mutuamente de la manera más sucia y desagradable posible.
–Cometerá algún error –dijo ella–. En algún momento, acabará por cometer algún error.
–Solo quiere una excusa para seguir con ella –susurró–. Sois adictos el uno al otro. Vais a ser una familia literalmente nuclear.
Amy. Es mi eterna antagonista.
Somos un prolongado y aterrador clímax.
–Porque me das lástimas.
–¿Por qué?
–Porque cada mañana tienes que despertarte y ser tú.