jueves, 16 de enero de 2014

Escenas y Diálogos #1: Divergente

Sección que creó el blog Paradise Of Words, que consiste en escribir las escenas y diálogos que te gustaron de un libro que leíste.
       * Esta sección puede tener spoilers *


No es la altura lo que me asusta, la altura me hace sentir viva y llena de energía, todos los órganos, vasos y músculos de mi cuerpo cantan en armonía.
Entonces me doy cuenta de lo que es: es él. Algo en él me hace sentir a punto de caer. O de derretirme. O de arder.  

–¿Eres humana, Tris? Estar tan alto... –responde, intentado tomar aire–. ¿No te da miedo?
Miro atrás, al suelo. Si caigo, moriré, pero no creo que suceda.

Me he quedado mirándolo demasiado.  
–¿Qué? –pregunta.
–Nada.


–Hoy está de mal humor –masculla Christina.
–¿Y cuándo está de buen humor? –respondo, también murmurando.

“Las prisas no ayudan”

–Ese es uno de mis instructores –digo, y me acerco más a mi madre–. Intimida un poco.
–Es guapo.

Mi padre decía que, a veces, la mejor forma de ayudar a otras personas es estar a su lado.

“Creo en los actos cotidianos de valentía, en el coraje que impulsa a una persona a defender a otra”

–¿Y has superado ya ese miedo?
–Todavía no –contesta; llegamos a la puerta del dormitorio y se apoya en la pared antes de meterse las manos en los bolsillos–. Puede que nunca lo consiga.
–Entonces, ¿no desaparecen?
–A veces, sí. Y, a veces, aparecen nuevos miedos para sustituirlos –explica, metiéndose los pulgares en las trabillas del cinturón–. Pero el objetivo no es tenerle miedo a nada, eso es imposible. El objetivo es aprender a controlar el miedo y a liberarse de él.

Se me ocurre acercarme más a él, no por una razón práctica, sino solo porque quiero saber qué sentiría al estar tan cerca; solo porque quiero hacerlo.

 –No finjas –le digo con la voz entrecortada–, sabes que no lo soy. No soy fea, pero tampoco es que sea guapa.
–Vale, no eres guapa, ¿y qué? –pregunta, y me besa en la mejilla–. Me gusta tu aspecto, eres tan lista que das miedo, eres valiente y, a pesar de saber lo de Marcus... –añade, más blando–, no me estás echando la típica mirada que se le echa a un a un cachorrito maltratado o algo así. 
–Es que no lo eres.

–No invito a muchas personas a mirarme. A nadie, de hecho.
–No sé por qué –respondo en voz baja–. En fin, con ese cuerpo...


–Eres genial, ¿sabes? –comento, sacudiendo la cabeza–. Siempre sabes lo que hay que hacer.

Él me pasa las manos por el cuello y me levanta la barbilla con los pulgares hasta que mi frente toca la suya. Durante un momento se queda así, con los ojos cerrados, respirando mi aire.
Noto que se le acelera la respiración. Parece nervioso.

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